miércoles, 23 de febrero de 2011

Cuando en Banes nació la esperanza

Las memorias llegan en oleadas, envueltas en olores, sabores, sentimientos. Es normal este golpe en el pecho, nos es habitual este nudo en la garganta. Casi siempre viene después de la palabra “huracán”, que no significa lo mismo para los banenses después del 2008. Para ninguno de nosotros. Ni siquiera para los niños…

Con los ojos bien abiertos por el asombro y el miedo, salieron a la calle los banenses más pequeños el siete de septiembre de 2008. Sus padres, con los ojos anegados en lágrimas, los obligaban a entrar, pero ellos seguían allí, bajo la llovizna, en medio del patio de arboles destrozados, mirando asustados la casa de Pedrito, la de Juanito, la de la abuela y la tía. Todo estaba destruido. Más que el viento, parecía que el fuego había saqueado la ciudad.
La mayor sorpresa llegó al acercarse a las escuelas. Cientos de niños de todo Banes miraban los escombros de sus centros escolares. Solo 23  quedaron en pie, la destrucción se cebó en 119 de ellos, llegando a 36 las que miraban desoladas desde el desastre. Los mayores, siempre más escépticos que los niños, insistían:”no se puede seguir, hay que parar el curso, esto es una catástrofe”. La orientación no se hizo esperar, una de las que vienen a salvar esperanzas y fundar epopeyas: “el curso escolar NO SE DETIENE” Esa fue la semilla, de allí salió el fruto más noble de aquellos tiempos: las casas escuelas.
En cualquier rincón de Banes nacieron como flores silvestres después de la tormenta: en pedacitos de casa, en salitas o comedores, en cualquier local que aún tuviera techo, allí se improvisaron las aulas. Grabados en el recuerdo de 80 mil banenses están esas historias, la de la señora que con la vivienda destruida dio su propio cuarto para la escuela del barrio, la de los ancianitos que vieron resurgir juegos infantiles en su propio patio arrasado por el ciclón, y tantos otros, que quizás no recuerden sus nombres, pero el agradecimiento sobrevive en la memoria.
Esa fue la realidad que vivieron nuestros niños, que a pocos días contaban el miedo de la noche, el sonido de las casas derrumbándose, el dolor de los adultos, historias que poco a poco fueron cambiando, y entonces pretendieron ser constructores, carpinteros como esos que levantaban paredes, techos y almas; sembraron palmas para repoblar los campos; aprendieron que el sudor y el sacrificio son también formas de construir la felicidad.
Ahora esos niños han crecido. Muchos de ellos celebran hoy el congreso pioneril en su edición municipal, y hablan de futuros, de continuidad y de compromiso, quizás con más fuerza que ninguno, porque han visto en su propia piel la fuerza de un pueblo en torno a su Revolución. Cientos de pequeñines llegaron a La Ensenada después de Ike, y aunque nunca vieron el Banes de ayer, ya van reconociendo el de mañana, el que hacemos poco a poco, todos nosotros, con el reto de permanecer fieles a esta memoria.

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