jueves, 31 de marzo de 2011

La finca de los pavos reales

El sol arranca destellos a la finca de los Rodríguez González, en Tasajeras, Banes. La casa rebosa de alegría y sencillez, como en la mayoría de las viviendas campesinas de Cuba. En el patio, más de cien gallinas disputan el reinado con una veintena de pavos reales, que llevan la mirada desde el azul de sus cuellos hasta la magnificencia de sus colas, y hace pensar al visitante que se pasea por un cuento de hadas.

Allí, dos hermanos sacan de la tierra abonada con su sudor los frutos buenos que el suelo cubano ofrece a quien lo trabaja y lo ama. Son los hijos de Emma González, esa señora buena que lanza relámpagos con los ojos cuando cuenta que sus pequeños son los mejores productores de frijol en Banes. Y no es orgullo de madre, es la verdad, en lo que va de año ya superan los quinientos quintales entregados al estado, frijol negro del bueno, del que también se beneficia la familia, a la que no le falta nada porque del trabajo salen todas las riquezas. No es de ahora la afición de Vladimir y Ramiro, cuenta Emma que cuando solo contaban doce o trece años, ya criaban cerdos para pagar sus gastos, y que crecieron al calor del sacrificio y la honradez.  Por eso Vladimir, a quien le dicen el Negro, se llena de entusiasmo cuando habla de sus producciones, y dice sin pena que desearía que sus hijos siguieran sus pasos, como lo ha hecho la mayoría de la familia, desde el abuelo, que llegó a esas tierras cargado con sus pavos reales. Ramiro, por su parte, escondido detrás de su timidez, cuenta a retazos que dejó el turismo para hacerse campesino, y para llevar la prosperidad a esa tierra junto con su hermano. "Es tradición de familia", dice, y se ríe con los mismos ojos de Emma, con la misma fuerza y la misma fe con que se enfrentan los vientos, las sequías y las lluvias, porque la naturaleza sabe a quién bendice, y responde agradecida a los cuidados. 
Las frutas llenan la finca, y una niña recorre el gallinero bajo la mirada atenta de los mayores, que no entienden lo importante, lo hermoso, lo enormemente imitable que es su rutina diaria, rebosante de honradez y amor a la tierra, casi tan mágico como el azul de sus pavos reales, una muestra más de que con el milagro del amor, todo es posible.  

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