viernes, 20 de mayo de 2011

Un rayo que aun estremece la manigua


Foto: Yosvany Núñez Figueiras

Fue como un rayo que estremeció el mundo, una centella inesperada. La manigua se quedó silenciosa, mirando atónita el cuerpo sin vida, la sangre que brotaba hasta empapar el suelo, el saco manchándose de polvo. El grande ha muerto, y los mambises no pueden ocultar el dolor que sienten. El General Máximo Gómez, que soportó con él el frío y la humedad en el viaje que los trajo a Cuba, que firmó con él el Manifiesto de Montecristi, que lo quería como a un hijo, por lo alocado y soñador; se lleva las manos a la cabeza, y cierra los ojos. Quisiera gritar, pero no dice nada. El silencio es el mayor tributo al grande, al enorme, al irrepetible José Martí.

Con su partida no se va solo el hombre, el amigo o el padre. Se marcha para siempre el alma de la guerra, el corazón de la independencia. Con humildad y ternura supo unir lo que parecía desecho, bordó poco a poco el tamiz de la lucha cubana, donde coexistían los veteranos de la Guerra Grande, con el entusiasmo de los jóvenes de entonces. “Los pinos nuevos con los pinos viejos”, decía, y así iba por todo el mundo el Apóstol, sembrando libertades, convenciendo a cientos, enamorando a miles con ese verbo encendido que amaban los tabaqueros, los portuarios, los comerciantes, los intelectuales, las mujeres… Solo 42 años tenía cuando cerró los ojos bajo fuego español, cuatro décadas bastaron para hacerlo perpetuo, para incrustarlo para siempre en la historia continental.
“La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida”. Así decía, y así lo cumplió. Un Martí caminante desanda las calles de mi ciudad, mirando lo bello y lo feo, las manchas y la luz en el Sol que él comenzó a construir hace casi 200 años. Y guía a los banenses con la mirada. Y señala quedo,  como la voz de la conciencia, lo que nos falta por hacer.  Es un Martí omnipresente, que hoy, a 116 años del silencio enorme, está más vivo que nunca.

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