martes, 19 de abril de 2011

"Yo lloré a escondidas"



Así me dijo un amigo, y no fue el único. Cuando llegó el hermano, el gigante, el padre, hasta los corazones más firmes derramaron lágrimas. Y es que este Sexto Congreso del Partido puso a prueba nuestra resistencia al estrés: no solamente se discutió a camisa quitada cómo salvar nuestra Revolución, cómo defender desde nuestro puesto todo lo que conocemos hoy, lo que queremos legar a nuestros hijos, sino que además las emociones fueron muchas, muchísimas, empezando, claro está, por su presencia.

En toda Cuba se esperaba, parecíamos chiquillos de escuela, ¿vendrá, o no vendrá? Y cuando llegó, ¡ay, mi madre! La gente corría de una casa a la otra, y las llamadas por teléfono: “¿Lo viste, lo viste?” “Sí, ahora lo estoy mirando”, y las lágrimas corrían sin poderlo evitar, y su sonrisa nos llenaba de orgullo, de paz, de fe…
Como  si fuera poco, el actor Jorge Ryan recitando Elegía de los zapaticos blancos… y las lágrimas anegando corazones y gargantas, y ojos y manos que las enjugan, y “¿quién ha visto carboneras con zapatos? ¡Hijoep..!” y las lágrimas que siguen, de dolor, de rabia, de fuerza… y para colmo se escucha la frase “Yo soy Nemesia”… el mundo se detuvo… y luego se echó a andar.
Todos corrían, y se agolpaban frente a la pantalla, bebiendo más que escuchando las palabras de la niña - símbolo. Y los más jóvenes, con los ojos abiertos, preguntando: “¿Pero es de verdad, es de verdad?” y la mirada se humedece, y el pecho se les agranda, porque han alcanzado de golpe la dimensión exacta los versos “Vio caer muerta a su madre, vio sangrando a sus hermanos”…
Unos lloraron a escondidas, otros a plena luz, como los delegados, pero todos los cubanos tuvimos el alma en ese salón, sentimos en la piel nuestro Congreso. 
Y hubo lágrimas, si, muchas lágrimas, desde la apertura hasta “La internacional”, el himno que entonamos todos de una punta a otra de la Isla. Pero esas lágrimas no fueron de tristeza, de incertidumbre o de miedo, como hay quienes se complacen en decir. Cuba lloró, si, pero de alegría, de esperanza, de fe en la victoria, y esas lágrimas no manchan el rostro, lo purifican. Las manos que enjugaron las lágrimas cuando vieron a Fidel, salen hoy al surco y enjugan el sudor de las frentes que edifican el porvenir nuestro, ese que labraron mil valientes en representación de 11 millones de corazones que laten juntos por un futuro mejor.

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