Así
me dijo un amigo, y no fue el único. Cuando llegó el hermano, el gigante, el
padre, hasta los corazones más firmes derramaron lágrimas. Y es que este Sexto Congreso del Partido puso a prueba nuestra resistencia al estrés: no solamente se
discutió a camisa quitada cómo salvar nuestra Revolución, cómo defender desde
nuestro puesto todo lo que conocemos hoy, lo que queremos legar a nuestros
hijos, sino que además las emociones fueron muchas, muchísimas, empezando,
claro está, por su presencia.
En
toda Cuba se esperaba, parecíamos chiquillos de escuela, ¿vendrá, o no vendrá?
Y cuando llegó, ¡ay, mi madre! La gente corría de una casa a la otra, y las
llamadas por teléfono: “¿Lo viste, lo viste?” “Sí, ahora lo estoy mirando”, y
las lágrimas corrían sin poderlo evitar, y su sonrisa nos llenaba de orgullo,
de paz, de fe…
Como si fuera poco, el actor Jorge Ryan recitando Elegía de los zapaticos blancos… y las
lágrimas anegando corazones y gargantas, y ojos y manos que las enjugan, y
“¿quién ha visto carboneras con zapatos? ¡Hijoep..!” y las lágrimas que siguen,
de dolor, de rabia, de fuerza… y para colmo se escucha la frase “Yo soy
Nemesia”… el mundo se detuvo… y luego se echó a andar.
Todos
corrían, y se agolpaban frente a la pantalla, bebiendo más que escuchando las
palabras de la niña - símbolo. Y los más jóvenes, con los ojos abiertos,
preguntando: “¿Pero es de verdad, es de verdad?” y la mirada se humedece, y el
pecho se les agranda, porque han alcanzado de golpe la dimensión exacta los
versos “Vio caer muerta a su madre, vio sangrando a sus hermanos”…
Unos
lloraron a escondidas, otros a plena luz, como los delegados, pero todos los
cubanos tuvimos el alma en ese salón, sentimos en la piel nuestro
Congreso.
Y hubo lágrimas, si, muchas
lágrimas, desde la apertura hasta “La internacional”, el himno que entonamos
todos de una punta a otra de la Isla. Pero esas lágrimas no fueron de
tristeza, de incertidumbre o de miedo, como hay quienes se complacen en decir.
Cuba lloró, si, pero de alegría, de esperanza, de fe en la victoria, y esas
lágrimas no manchan el rostro, lo purifican. Las manos que enjugaron las
lágrimas cuando vieron a Fidel, salen hoy al surco y enjugan el sudor de las frentes
que edifican el porvenir nuestro, ese que labraron mil valientes en
representación de 11 millones de corazones que laten juntos por un futuro
mejor.
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